jueves, 17 de octubre de 2019

Gato


Uno requiere algún tipo de exorcismo emocional para sobrellevar su propio peso,
Una diestra felina, una soledad imperial, un destacamento que sirva de altar para cuando llega alguna victoria.

Uno requiere estar solo para sobrellevar su propio dolor, uno puede estar en el abismo, pero se pasea seguro como gato por los bordes, porque lo oscuro tiene fin, porque la herida ya no extenua, te reta a demostrarte a vos mismo que puedes ser más, que puedes fingir para salir de la brecha.

¿Qué sigue después no lo sé? paseo y duermo pensando en que puedo llegar a ser un buen contrincante.

viernes, 4 de octubre de 2019

Literatura de autoayuda


Imagine usted un punto blanco en el centro de su vista («un laberinto sin un minotauro, el de Borges») mientras presiona sus párpados para mantenerlos cerrados, respire profundo, mantenga el aire en sus pulmones unos segundos y luego exhale con tranquilidad («mi corazón late como un tambor»), sienta el recorrido del aire, capture este momento en la concentración absoluta («mi mente es un caos que grita desaforado»), comience a dibujar una figura humana («unos ojos siniestros»), trate de proyectar su imagen («algo roto pero aún no hecho trozos»), pero no ese reflejo que ve en el espejo, sino la forma que usted cree ser («¿un cuchillo?»), cuide cada detalle, pues es su apariencia, su verdadera cara frente a su imaginación, («letras en desorden acomodándose lentamente»), no olvide la sonrisa eso es muy importante («la sonrisa falsa supongo, la que utilizo la mayoría del tiempo»), proyectese, póngase un buen vestuario, («mi campera de cuero, jersey de Jack Daniels y jeans oscuros desgastados»), accesorios finos, los que siempre soñó portar («un anillo metálico de un ojo, una cadena larga con una pluma de hierro»), mímese, tenga en cuenta que es su mejor versión («pero no está allí, sino en lo que ya salió de ella reflejada en letras»). 

Ahora visualice la totalidad del dibujo, véase en perspectiva («véase en Oscura-Mente Prodigiosa el cuento 'La habitación secreta'»), aprecie la representación como si fuera una obra de arte, agregue un fondo de un lugar en el que ame estar («mi habitación»), junto a elementos que sean indispensables para usted («mi máquina de escribir, mi móvil»), armonice completamente ese cuadro poniendo de fondo su canción favorita («un poco de sangre aquí y allá escuchando I remember de Damien Rice»), siéntase bien porque esto es lo que realmente es en persona,(«soy una poesía siniestra»). Todo está en su mente, ese el verdadero poder. («Léase solo lo que está entre los paréntesis»).

viernes, 27 de septiembre de 2019

Un final perfecto




—No te vayas. Dice, como si con sus ojos azules llenos de lágrimas pudiera revertir lo inevitable.No te vayas nunca de este libro. No me dejes con este final tan desolador.

Hablo, pienso y escribo sobre lo que puedo. Sobre lo que me es permitido en el reflejo deforme de este espejo:


Que hay una angustia que hace un nudo en mi garganta y me atraganta de palabras,
que los monstruos caminan en mi piel y me dictan pensamientos prohibidos,
que lo vulnerable no es el dolor que asfixia mis falanges, sino su confusión de dar forma a lo invisible.

Que espero a la noche y elijo el más fuerte de los tragos,
que escucho el impacto de mis latidos como la marcha sonora hacia mi caos,
que nadie es inocente hasta que se demuestre lo contrario.

Que me deconstruyo escribiendo este libro y no puedo más,
que si la vida y la muerte, que si la noche y el día, que si hay valor o temor en lo que está adentro.
Que no puedo esperar más, que no puedo asentir que me trague el olvido.
Que no puedo pasar entero este trozo de cristal punzocortante y salir ileso.

Que si se puede coexistir con la ausencia.
Que la vida no es la eterna búsqueda del sentirse pleno, sino el procedimiento constante de aprender a vivir incompleto.

Que lentamente me deslizo más hacia lo siniestro,
que si escrito sobre fulanito o sutanito, que si me rebosa la copa la idea de la soledad,
como un ida y vuelta, como una teoría implícita en cada frase, párrafo y cuento.

Que no veo que llegue alguien,
que no se responden las putas preguntas, más bien se multiplican, me ahogan, me asfixian y me degluten.
Que es más difícil hacer fácil lo complejo.
Que es más simple abandonar que persistir.

Que si tu boca no llega a la mía,
que si hoy fumo un pucho y mañana cinco,
que si la dádiva de esta existencia es la agonía.

Que si este grito es solo silencio,
que si publico o me arrodillo en mi propio secuestro.
Que si tus manos nunca logran alcanzar las mías.

Que si me atas con los tirantes de tu lencería
que si me marcas los dientes en los labios,
que si deslizas el puñal por mi garganta y descubres que no lo puedes hendir.

Que si te doy el poder, el don de ser en mí, de ver lo que yo veo,
de vivir en la herida y hacerla arder a placer,
como si el tiempo y el espacio dejaran de ser lugares solitarios. No lo resistirías, enloquecerías (Como ya lo hiciste).

Porque no puedes habitar esta carne inquieta,
porque los personajes de ficción no pueden adorar a su escritor,
porque vos sos vos y yo soy yo, los solitarios, los poetas, los infames y los sinsentido.

Que he sido yo amor mío,
quien te ha traicionado y te ha herido,
porque me voy ahora en la última promesa rota,
porque estoy en la fogata, te veo allí inerte
y te canto estas últimas palabras.

Que el pensar que no volveré a ver esos ojos,
que el ver tu cuerpo en esta gigantesca hoguera, me debate, me destierra y me destroza.

Que no soy yo el que se va, que sos vos la que me deja.
Que nada lo cambiará, que está hecho, que está escrito, que no se puede detener el sol y evitar la noche,
que el mundo no dejará de girar y los relojes no detendrán la marcha.

Que no se puede cambiar el final perfecto de esta historia. Aunque yo quiera todo lo contrario.














lunes, 2 de septiembre de 2019

Bucles


Mi piel pálida en las noches del invierno,
el café miel que colorea sus retinas,
la canción que suena y la recuerda a ella.
El metal frío de las llaves de casa.

El delgado espacio entre la ausencia y el delito,
el cigarrillo que se completa, como si se aspirara en reversa,
el tiempo que no llega,
el tiempo que nos deja,
las trompetas que rugen en su escena funesta.

Su gemido que se escapa,
Londres y París,
Los vuelos que la atrapan.

La canción que suena y la recuerda a ella.
Mis dedos que se hunden en su espalda,
El silencio que se exhibe en la punta de su lengua.
El auto que choca y nos destroza.

El reloj que marca la medianoche,
el susurro oscilante de los latidos
Corazones que palpitan,
corazones que se olvidan.

Las razones que son cuestiones,
la filosofía altruista de su libro de bolsillo,
la cinta que se desliza entre sus tobillos,
el manuscrito que ya no escribo.

La fragilidad de su punto débil,
la canción que suena y la recuerda a ella,
el murmullo de las notas que guardan los secretos,
el LA bemol a punto de convertise en SOL mayor,
el estallido de la interrupción.

El cortejo de las mentiras
descubrimiento de pesadillas,
los gritos que la atrapan,
El para siempre siendo nunca
o sonido que sujeta.
la canción que suena y la recuerda a ella.

Noviembre del noventa y siete,
Houdini no la trae de vuelta,
Pecado e Indiferencia,
el bolero no se manifiesta.

La canción que suena y la recuerda a ella,
el sudor en su cuello
 y el deseo que nunca es resuelto.

Falanges que nunca se encuentran,
pequeños bosquejos de tristezas.
apetito de la furia traviesa

La canción que suena y la recuerda a ella,
La canción que suena y la recuerda a ella,
La canción que suena sin ella.

Su cabello pintado que siempre fue negro,
la pura y la infame 
la sucia y la virgen
la fuerte y la leve.

Esta canción que suena y la recuerda a ella
Esta canción que suena en mi cabeza
La canción que suena y la recuerda a ella
alguien debería saberlo, se repite, se repite, se repite
La canción que suena y la recuerda a ella.

Un feroz fuego que combate el hielo,
un ártico se instala en la playa,
Emoción, demasiado fácil de creer.
Difícil entender.

La canción que suena y la recuerda a ella
el disco se ha estropeado y aún así se repite,
Es imposible de creer. 






miércoles, 21 de agosto de 2019

Sepulcros y poetas

Hay una cuerda que pende de un hilo, me sostiene del brazo izquierdo y me balancea como un péndulo sobre el abismo. Hay una sombra que se disloca cuando me visita la duda, se trepa por mi espalda, toca los tatuajes, susurra a mi oído que ya no hay tiempo y que los minutos no tienen segundos, luego hace arder los cigarrillos hasta que la caída sea libre.

Hay una angustia que ya no soporta mis anhelos, prefiere apagarse en las noches cuando las estrellas no se encuentran, concluye que estar suspendida conmigo en el aire es la eterna alegoría de la vida, estar y no estar, respirar por respirar, no esperar nada más de la herida. Hay un trozo de sonrisa que aún no se ha formado en mi boca, aguarda al momento en que esté más tensa la cuerda, para que al cortarla pueda hacer más liviana la caída.

¿Hay una historia que pueda definir la herida? Bordearla, darle forma y móvil....
¿Se puede fracturar el alma con el descenso? Que se astille como un cristal y corte a la cercanía de otro cuerpo...

Hay un argumento que persiste en no explicar la locura del fuego, el sepulcro de los poetas, la tumba de las letras y el artificio de los muertos. Nadie puede ilustrar el dolor, depende del sujeto y del objeto, depende de la explicación y el temor, de sus palabras y mis oídos.

Aún me queda un trozo de su piel sin tocar,
una palabra sin pronunciar,
una mirada sin encuentro,
un libro sin recitar,
un recuerdo sin ausencia,
una canción sin dedicar,
una cita incumplida en su ciudad.

Hay una cuerda que pende de un hilo, una sombra que se disloca cuando viene la duda, una angustia que ya no soporta mis anhelos, un trozo de sonrisa que aún no se ha formado en mi boca, una historia que sigue sin definir la herida, una fractura limpia por un descenso y un argumento que persiste en enloquecer el fuego.

Hay una piel, una palabra, un encuentro, un libro, una ausencia, una canción y una cita sin cumplir en su ciudad. Hay una tumba que tiene mi nombre y veo en sueños, un relato poético de la tristeza que me persigue, un frío que me hace temblar los huesos cuando escucho su nombre.

Ahora lo sé, ella es el sepulcro y yo soy el poeta.

lunes, 10 de junio de 2019

Edredón


Las luces están apagadas, escucho Sinnerman de Nina Simone, me suturo en la mente un pensamiento, un estupor. "—No existe alguien en este mundo que pueda salvar a otro". Como lo dice uno de mis personajes.

Entonces me socavo, recuerdo un momento de mi niñez cuando tuve viruela, las ronchas, la picazón, ese delirio prohibido de pincharse las heridas y expandirse con los dedos el veneno. La sensación de vulnerabilidad y como eso te comienza a inquietar. En las noches me acostaba en la cama de mis abuelos y me envolvía en un edredón, allí sentía que estaba contenido, seguro en mi propio mundo.

El silencio me llenaba de enojo, la fiebre me hacia sentir los labios ardiendo. La presión de sentirme a la deriva, con la bala en lo más profundo de la herida. Allí en el edredón contaminado, descansaba la ironía, la similitud y el desencanto, la tristeza y el drama. Luego despertaba ansioso, con la boca seca y el insoportable silencio.

Pienso en el edredón, en la textura, en el borde del tacto cuando se mezcla con una emoción. En lo injusto que resulta ser el mundo, las elecciones, el sentido común y el odio.

Termina la parte rápida del piano.

viernes, 3 de mayo de 2019

Aversión


Aversión hacía la rimbombante forma en que se visten algunos.
Aversión a quien identifico como oportunista en la forma como me habla.
Aversión al contacto físico inesperado.
Aversión hacia la gente que odia la lluvia.
Aversión al pasado.
Aversión a la mentira.
Aversión a la salsa de piña.
Aversión a ser consciente de que el tiempo parece ir más rápido con el pasar de los años.

Aversión a perder el control en todo lo que me atañe a mí.
Aversión a los libros de autoayuda.
Aversión a la lírica fantasiosa y utópica acerca del amor.
Aversión a los chistes estúpidos y a la gente ridícula que los hace.
Aversión al reguetón como música continua a la escucha.

Aversión a escribir bajo un seudónimo.
Aversión a aceptar ciegamente una afirmación sin haberla comprobado antes.
Aversión a besar a alguien que le gusto pero que no me gusta a mí.
Aversión a la sombra de tristeza que me cubre cada lunes.
Aversión a ver mi reloj y siempre acertar en el 11:11.

Aversión a mi inevitable manía de releer nuestras recientes conversaciones y ver en su foto de perfíl esos ojos.
Aversión a extrañarla tanto, aunque busque todas las maneras posibles de evitarlo.
Aversión a este combate interno que tiene constantemente mi alma y no saber por qué.

Aversión a la luz del sol que se proyecta directo a mi piel y siento como me quema.
Aversión a las típicas frases religiosas que tienden a enmarcar toda situación de vida en una sumisión absoluta.

Aversión a pensar en que los estados que ella publica son indirectas para mí.
Aversión a mi ilusa manera de responderle con estados que son indirectas para ella. Aversión a salir de mi departamento en un día libre y sentirme tan abocadamente solo.
Aversión a mis rodillas y tobillos de cristal
Aversión a los octubres.
Aversión a las personas grandilocuentes y vacías.
La falta de la esencia en los discursos.
La falta de una equidistancia entre personas.

Aversión a mi desnudez emocional en lo que escribo
Aversión a mis ojos apagados cuando despierto tan retraído
Aversión a mí sin ti
Aversión a mí contigo
Aversión a la aversión.

Aversión soy yo.

lunes, 25 de febrero de 2019

Irreparable

¡Irreparable! Aseveró, al interrumpir mi análisis. Lo que se rompe nunca puede ser reparado, lo dice la física, lo sostiene la filosofía, lo interpreta el psicoanálisis. Puede continuar existiendo, pero solo si se transforma. Aplica en todo el universo, las constelaciones, los planetas, las estrellas, los objetos, los animales, los cuerpos, los sentimientos y mucho más en los recuerdos.

¿Lo has visto en estos últimos?
Claro que sí, cuando un recuerdo se crea, es decir; cuando es vivido y comienza a buscar un hogar en tu memoria, contiene una emoción, un código, una identificación única en ti.
¿Una especie de código de barras propio?
Exacto, solo que tu memoria lo intenta almacenar de la manera más precisa y detallada posible.
Vale, eso es claro, lo que no entiendo es el porqué tendría relación con lo irreparable.
Porqué desde la primera vez que tu mente genera la conexión y te evoca esa memoria, en ese preciso instante el recuerdo se fractura y se hace irreparable.
No lo entiendo, un recuerdo siempre es el mismo.
No es así, un recuerdo nunca puede volver a ser el mismo, una vez que lo evocas lo modificas, es como el uso del papel, como las grietas de un vidrio y en casos extremos se rompe en pedazos como una porcelana. Entre más lo usas más cambios sufre y más se transmuta.
Sigo sin entender, para mí siempre es igual.

-Entonces siempre sentirías lo mismo al invocarlo, pero no es así, cuando recapitulamos en una memoria, sentimos cosas tan diferentes; cuando recuerdas a alguien que perdiste puedes estallar en alegría o apagarte en la tristeza, puedes sentirte acompañado o en soledad absoluta ante su ausencia, puedes amar lo que vivieron o sencillamente odiarlo al ya no tenerlo, puedes cambiarle cosas que no fueron perfectas o modificarlo a gusto para recontartelo a ti mismo, puedes creer que fue completamente distinto al original, porque la gente no entiende o tal vez no es consciente de que el recuerdo lo tienes que fracturar, lo tienes que romper y transformarlo siempre, es la única forma para mantenernos cuerdos, para aliviarnos y tener un equilibrio. Esto lo tiene que hacer la memoria para cumplir con la regla universal que hablamos al principio de las constelaciones, los planetas, las estrellas, los objetos, los animales, los cuerpos y los sentimientos.

-Es bastante interesante tu analogía, la guardaré en mi memoria y la tendré que fracturar mucho pues la voy a tener en cuenta.
-Está bien, me alegra que te haya interesado. Ahora dime ¿quieres comprar esta nueva cámara fotográfica?

domingo, 17 de febrero de 2019

El mito de la ninfa

Siento sus labios con sabor a whisky,
acaricio su cuello suave como terciopelo blanco, toma mi mano y la aprieta con malicia, un hielo frío atraviesa mi dorso mientras escucho como su respiración se agita, la percibo tan distante y tan cerca, tal vez sea la pasión de un beso final que jamás vuelve.

Toca mi barba, desliza su pulgar por mi pómulo izquierdo, como si dibujara la espiral interminable de un laberinto del que no podemos escapar, de repente muerde mi boca, su nariz empuja la mía, interpreto el manifiesto universal de los románticos que estamos casi extintos. La pienso mientras la beso, la pienso cuando mi pie derecho toca su izquierdo, descubro que se siente sola, que besa como la ninfa perdida en el mito de los dioses griegos, de los dioses fríos y carentes de profundidad en que nos hemos convertido los humanos.

Mueve su lengua, roza mi paladar, busco de su boca las estrellas perdidas de esta noche sin luna, descubro que la luna es ella, la pienso de nuevo, sus hombros se recogen y forman un semi círculo entre mi pecho y su clavícula, busca que la abrace, pues no es sólo un beso de deseo, busca protección. Se entrega por completo, pues sabe que yo ya lo he hecho, todo lo que se puede dar se lo di, mis labios, mis noches, mis manos, mis deseos, mi luna, mis sueños, mis ojos y este mito.

Abro los ojos y desaparece, me arrebata una leve sonrisa, me doy vuelta en la cama y parpadeo con lentitud para volver al sueño, para volver al mito, para encontrar de nuevo a mi ninfa...

sábado, 9 de febrero de 2019

Ascensores emocionales

¿Entonces cómo va la semana? Pregunta una compañera mientras se sienta frente a mí en una sala de reuniones de la agencia, desenpolva su jean que tenía algunas migas de galletas y me clava la mirada con curiosidad esperando mi respuesta.

Yo titubeo, recuerdo que el día anterior había estado subiendo las escaleras de un edificio hasta el piso dos para darme cuenta al final que había un ascensor «otra de mis clásicas desatenciones» y me siento como un idiota. Entro a un chequeo médico y luego cuando salgo si tomo el ascensor «¡Vaya genio!» Allí mientras se cierran las puertas comienzo a pensar acerca de que nuestras emociones son como ascensores, suben y bajan de acuerdo al recorrido, un día sonreímos sin explicación y vamos al punto más alto, disfrutamos del aire, del pequeño vacío que sentimos en el interior mientras percibimos que algo nos impulsa al ascenso, esperamos con calma, vemos nuestro reflejo en el espejo (si lo hay) examinamos nuestra mejor cara y no nos preocupamos de si llegamos o no, todo es tan natural, tan instintivo, tan automático.

Hay otros días en los que bajamos a lo más recóndito de nuestros miedos, inseguridades y giros desafortunados de nuestra existencia, nos golpean los pisos que bajamos, nuestro reflejo nos muestra demacrados, manchados, golpeados por la vida y sus extraños sortilegios. Nos pesan las angustias, las mentiras propias y ajenas, la soledad y la tristeza, nos cuesta el movimiento, no sabemos si llegaremos, si nos esperaran al salir o si hay algún sentido para continuar el descenso.

¿Sabes que es lo peor? La inercia, el no movernos, el quedarnos atrapados en un entrepiso, no tener un destino, un fin, mantenernos estancados en el ascensor de la vida, sin subidas ni bajadas, sin emociones por lo que nos depara, solo pasa el tiempo y envejecemos cada segundo sin disfrutarlo o padecerlo, pues como dicen los sabios, la peor desgracia para el ser humano es el aburrimiento y si hay algo peor que la muerte es la inercia. Entonces me acomodo en mi asiento, formó una leve sonrisa, la miro a los ojos y respondo con naturalidad —Todo va bien, todo tranqui.

«Mi ascensor emocional todos los días está en movimiento».

sábado, 2 de febrero de 2019

El violín del subte

Es otro viaje más del trabajo a la casa, de la casa al trabajo, eso no es lo que importa. Entro al vagón y una chica toca el violín, una melodía lenta y llena de nostalgia comienza a sonar, me inundan los pensamientos, esa sensación de soledad cuando estás tan lejos de casa y te doblega tu propia inquietud.

Pulsa un acorde, estira con soltura su brazo, siento como perfora mi mente perdida, rememoro los 'te extraño' que tanto deseo borrar, los mensajes de voz a media noche, la textura de su piel a mi cercanía y sus ojos miel que me miraban de frente buscando las respuestas que nunca llegaron.

El subte disminuye la velocidad a la primer parada, la chica continúa inmersa en su instrumento, parece otra parte de su alma, sube la escala, una gota de sudor cruza mi frente, me estremezco cuando arranca de nuevo la marcha y toca una triada veloz de notas preciosas a la escucha, pone al descubierto su esencia, esa parte del espíritu al servicio del talento y del arte, en su brazo derecho le diviso las letras de un tatuaje que dice 'Paz=Amor', pero discrepo tanto ante esa aseveración, pues es la guerra la que impera en mis emociones, pues es el caos lo que siento cuando descubro todo eso que me hace recordarla. 

La chica aspira una profunda bocanada de aire, el ambiente se hace más pesado, mis recuerdos se hacen más difíciles de cargar, la distancia se convierte en un punto relativo entre la física y la emoción, donde unas notas de violín cuestionan el simple proceder de un hombre que ha renunciado a su pasado, pero que se ha dado cuenta que del presente no se puede escapar.

La chica llega al clímax de su interpretación, los demás anónimos en el vagón observan la maestría de sus movimientos, yo me hago más pequeño a cada segundo, me arrodillo en mi imaginación, no puedo dejar de evocarla, sus cabellos, sus manos, sus muslos, su boca, el lunar de su clavícula, su sarcasmo, su humor negro y esa sonrisa única cuando me quería dar a entender un 'sí' diciendo un 'no'. Ahora está tan lejos, ahora yo me voy mucho más allá, lo único que nos comunica es una chica que toca un violín en medio del subte. Cuando vuelvo en sí, descubro que estoy cruzando entre Paraná y Uruguay, es mi parada, doy media vuelta, salgo del vagón, me pongo mis audífonos y pretendo olvidar todo ese estupor.