domingo, 17 de febrero de 2019

El mito de la ninfa

Siento sus labios con sabor a whisky,
acaricio su cuello suave como terciopelo blanco, toma mi mano y la aprieta con malicia, un hielo frío atraviesa mi dorso mientras escucho como su respiración se agita, la percibo tan distante y tan cerca, tal vez sea la pasión de un beso final que jamás vuelve.

Toca mi barba, desliza su pulgar por mi pómulo izquierdo, como si dibujara la espiral interminable de un laberinto del que no podemos escapar, de repente muerde mi boca, su nariz empuja la mía, interpreto el manifiesto universal de los románticos que estamos casi extintos. La pienso mientras la beso, la pienso cuando mi pie derecho toca su izquierdo, descubro que se siente sola, que besa como la ninfa perdida en el mito de los dioses griegos, de los dioses fríos y carentes de profundidad en que nos hemos convertido los humanos.

Mueve su lengua, roza mi paladar, busco de su boca las estrellas perdidas de esta noche sin luna, descubro que la luna es ella, la pienso de nuevo, sus hombros se recogen y forman un semi círculo entre mi pecho y su clavícula, busca que la abrace, pues no es sólo un beso de deseo, busca protección. Se entrega por completo, pues sabe que yo ya lo he hecho, todo lo que se puede dar se lo di, mis labios, mis noches, mis manos, mis deseos, mi luna, mis sueños, mis ojos y este mito.

Abro los ojos y desaparece, me arrebata una leve sonrisa, me doy vuelta en la cama y parpadeo con lentitud para volver al sueño, para volver al mito, para encontrar de nuevo a mi ninfa...

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