sábado, 2 de febrero de 2019

El violín del subte

Es otro viaje más del trabajo a la casa, de la casa al trabajo, eso no es lo que importa. Entro al vagón y una chica toca el violín, una melodía lenta y llena de nostalgia comienza a sonar, me inundan los pensamientos, esa sensación de soledad cuando estás tan lejos de casa y te doblega tu propia inquietud.

Pulsa un acorde, estira con soltura su brazo, siento como perfora mi mente perdida, rememoro los 'te extraño' que tanto deseo borrar, los mensajes de voz a media noche, la textura de su piel a mi cercanía y sus ojos miel que me miraban de frente buscando las respuestas que nunca llegaron.

El subte disminuye la velocidad a la primer parada, la chica continúa inmersa en su instrumento, parece otra parte de su alma, sube la escala, una gota de sudor cruza mi frente, me estremezco cuando arranca de nuevo la marcha y toca una triada veloz de notas preciosas a la escucha, pone al descubierto su esencia, esa parte del espíritu al servicio del talento y del arte, en su brazo derecho le diviso las letras de un tatuaje que dice 'Paz=Amor', pero discrepo tanto ante esa aseveración, pues es la guerra la que impera en mis emociones, pues es el caos lo que siento cuando descubro todo eso que me hace recordarla. 

La chica aspira una profunda bocanada de aire, el ambiente se hace más pesado, mis recuerdos se hacen más difíciles de cargar, la distancia se convierte en un punto relativo entre la física y la emoción, donde unas notas de violín cuestionan el simple proceder de un hombre que ha renunciado a su pasado, pero que se ha dado cuenta que del presente no se puede escapar.

La chica llega al clímax de su interpretación, los demás anónimos en el vagón observan la maestría de sus movimientos, yo me hago más pequeño a cada segundo, me arrodillo en mi imaginación, no puedo dejar de evocarla, sus cabellos, sus manos, sus muslos, su boca, el lunar de su clavícula, su sarcasmo, su humor negro y esa sonrisa única cuando me quería dar a entender un 'sí' diciendo un 'no'. Ahora está tan lejos, ahora yo me voy mucho más allá, lo único que nos comunica es una chica que toca un violín en medio del subte. Cuando vuelvo en sí, descubro que estoy cruzando entre Paraná y Uruguay, es mi parada, doy media vuelta, salgo del vagón, me pongo mis audífonos y pretendo olvidar todo ese estupor.

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