lunes, 25 de febrero de 2019

Irreparable

¡Irreparable! Aseveró, al interrumpir mi análisis. Lo que se rompe nunca puede ser reparado, lo dice la física, lo sostiene la filosofía, lo interpreta el psicoanálisis. Puede continuar existiendo, pero solo si se transforma. Aplica en todo el universo, las constelaciones, los planetas, las estrellas, los objetos, los animales, los cuerpos, los sentimientos y mucho más en los recuerdos.

¿Lo has visto en estos últimos?
Claro que sí, cuando un recuerdo se crea, es decir; cuando es vivido y comienza a buscar un hogar en tu memoria, contiene una emoción, un código, una identificación única en ti.
¿Una especie de código de barras propio?
Exacto, solo que tu memoria lo intenta almacenar de la manera más precisa y detallada posible.
Vale, eso es claro, lo que no entiendo es el porqué tendría relación con lo irreparable.
Porqué desde la primera vez que tu mente genera la conexión y te evoca esa memoria, en ese preciso instante el recuerdo se fractura y se hace irreparable.
No lo entiendo, un recuerdo siempre es el mismo.
No es así, un recuerdo nunca puede volver a ser el mismo, una vez que lo evocas lo modificas, es como el uso del papel, como las grietas de un vidrio y en casos extremos se rompe en pedazos como una porcelana. Entre más lo usas más cambios sufre y más se transmuta.
Sigo sin entender, para mí siempre es igual.

-Entonces siempre sentirías lo mismo al invocarlo, pero no es así, cuando recapitulamos en una memoria, sentimos cosas tan diferentes; cuando recuerdas a alguien que perdiste puedes estallar en alegría o apagarte en la tristeza, puedes sentirte acompañado o en soledad absoluta ante su ausencia, puedes amar lo que vivieron o sencillamente odiarlo al ya no tenerlo, puedes cambiarle cosas que no fueron perfectas o modificarlo a gusto para recontartelo a ti mismo, puedes creer que fue completamente distinto al original, porque la gente no entiende o tal vez no es consciente de que el recuerdo lo tienes que fracturar, lo tienes que romper y transformarlo siempre, es la única forma para mantenernos cuerdos, para aliviarnos y tener un equilibrio. Esto lo tiene que hacer la memoria para cumplir con la regla universal que hablamos al principio de las constelaciones, los planetas, las estrellas, los objetos, los animales, los cuerpos y los sentimientos.

-Es bastante interesante tu analogía, la guardaré en mi memoria y la tendré que fracturar mucho pues la voy a tener en cuenta.
-Está bien, me alegra que te haya interesado. Ahora dime ¿quieres comprar esta nueva cámara fotográfica?

domingo, 17 de febrero de 2019

El mito de la ninfa

Siento sus labios con sabor a whisky,
acaricio su cuello suave como terciopelo blanco, toma mi mano y la aprieta con malicia, un hielo frío atraviesa mi dorso mientras escucho como su respiración se agita, la percibo tan distante y tan cerca, tal vez sea la pasión de un beso final que jamás vuelve.

Toca mi barba, desliza su pulgar por mi pómulo izquierdo, como si dibujara la espiral interminable de un laberinto del que no podemos escapar, de repente muerde mi boca, su nariz empuja la mía, interpreto el manifiesto universal de los románticos que estamos casi extintos. La pienso mientras la beso, la pienso cuando mi pie derecho toca su izquierdo, descubro que se siente sola, que besa como la ninfa perdida en el mito de los dioses griegos, de los dioses fríos y carentes de profundidad en que nos hemos convertido los humanos.

Mueve su lengua, roza mi paladar, busco de su boca las estrellas perdidas de esta noche sin luna, descubro que la luna es ella, la pienso de nuevo, sus hombros se recogen y forman un semi círculo entre mi pecho y su clavícula, busca que la abrace, pues no es sólo un beso de deseo, busca protección. Se entrega por completo, pues sabe que yo ya lo he hecho, todo lo que se puede dar se lo di, mis labios, mis noches, mis manos, mis deseos, mi luna, mis sueños, mis ojos y este mito.

Abro los ojos y desaparece, me arrebata una leve sonrisa, me doy vuelta en la cama y parpadeo con lentitud para volver al sueño, para volver al mito, para encontrar de nuevo a mi ninfa...

sábado, 9 de febrero de 2019

Ascensores emocionales

¿Entonces cómo va la semana? Pregunta una compañera mientras se sienta frente a mí en una sala de reuniones de la agencia, desenpolva su jean que tenía algunas migas de galletas y me clava la mirada con curiosidad esperando mi respuesta.

Yo titubeo, recuerdo que el día anterior había estado subiendo las escaleras de un edificio hasta el piso dos para darme cuenta al final que había un ascensor «otra de mis clásicas desatenciones» y me siento como un idiota. Entro a un chequeo médico y luego cuando salgo si tomo el ascensor «¡Vaya genio!» Allí mientras se cierran las puertas comienzo a pensar acerca de que nuestras emociones son como ascensores, suben y bajan de acuerdo al recorrido, un día sonreímos sin explicación y vamos al punto más alto, disfrutamos del aire, del pequeño vacío que sentimos en el interior mientras percibimos que algo nos impulsa al ascenso, esperamos con calma, vemos nuestro reflejo en el espejo (si lo hay) examinamos nuestra mejor cara y no nos preocupamos de si llegamos o no, todo es tan natural, tan instintivo, tan automático.

Hay otros días en los que bajamos a lo más recóndito de nuestros miedos, inseguridades y giros desafortunados de nuestra existencia, nos golpean los pisos que bajamos, nuestro reflejo nos muestra demacrados, manchados, golpeados por la vida y sus extraños sortilegios. Nos pesan las angustias, las mentiras propias y ajenas, la soledad y la tristeza, nos cuesta el movimiento, no sabemos si llegaremos, si nos esperaran al salir o si hay algún sentido para continuar el descenso.

¿Sabes que es lo peor? La inercia, el no movernos, el quedarnos atrapados en un entrepiso, no tener un destino, un fin, mantenernos estancados en el ascensor de la vida, sin subidas ni bajadas, sin emociones por lo que nos depara, solo pasa el tiempo y envejecemos cada segundo sin disfrutarlo o padecerlo, pues como dicen los sabios, la peor desgracia para el ser humano es el aburrimiento y si hay algo peor que la muerte es la inercia. Entonces me acomodo en mi asiento, formó una leve sonrisa, la miro a los ojos y respondo con naturalidad —Todo va bien, todo tranqui.

«Mi ascensor emocional todos los días está en movimiento».

sábado, 2 de febrero de 2019

El violín del subte

Es otro viaje más del trabajo a la casa, de la casa al trabajo, eso no es lo que importa. Entro al vagón y una chica toca el violín, una melodía lenta y llena de nostalgia comienza a sonar, me inundan los pensamientos, esa sensación de soledad cuando estás tan lejos de casa y te doblega tu propia inquietud.

Pulsa un acorde, estira con soltura su brazo, siento como perfora mi mente perdida, rememoro los 'te extraño' que tanto deseo borrar, los mensajes de voz a media noche, la textura de su piel a mi cercanía y sus ojos miel que me miraban de frente buscando las respuestas que nunca llegaron.

El subte disminuye la velocidad a la primer parada, la chica continúa inmersa en su instrumento, parece otra parte de su alma, sube la escala, una gota de sudor cruza mi frente, me estremezco cuando arranca de nuevo la marcha y toca una triada veloz de notas preciosas a la escucha, pone al descubierto su esencia, esa parte del espíritu al servicio del talento y del arte, en su brazo derecho le diviso las letras de un tatuaje que dice 'Paz=Amor', pero discrepo tanto ante esa aseveración, pues es la guerra la que impera en mis emociones, pues es el caos lo que siento cuando descubro todo eso que me hace recordarla. 

La chica aspira una profunda bocanada de aire, el ambiente se hace más pesado, mis recuerdos se hacen más difíciles de cargar, la distancia se convierte en un punto relativo entre la física y la emoción, donde unas notas de violín cuestionan el simple proceder de un hombre que ha renunciado a su pasado, pero que se ha dado cuenta que del presente no se puede escapar.

La chica llega al clímax de su interpretación, los demás anónimos en el vagón observan la maestría de sus movimientos, yo me hago más pequeño a cada segundo, me arrodillo en mi imaginación, no puedo dejar de evocarla, sus cabellos, sus manos, sus muslos, su boca, el lunar de su clavícula, su sarcasmo, su humor negro y esa sonrisa única cuando me quería dar a entender un 'sí' diciendo un 'no'. Ahora está tan lejos, ahora yo me voy mucho más allá, lo único que nos comunica es una chica que toca un violín en medio del subte. Cuando vuelvo en sí, descubro que estoy cruzando entre Paraná y Uruguay, es mi parada, doy media vuelta, salgo del vagón, me pongo mis audífonos y pretendo olvidar todo ese estupor.