miércoles, 11 de septiembre de 2013

La luz que no puedo ver.


Lento, como la niebla que súbitamente se trepa por mis rodillas. Palpo alrededor del hueso, sintiendo un dolor travieso, inconexo, como la contusión proclama la morada sangre de la piel y dictamina al sistema nervioso la procastinidad de la parálisis. Se quiebra el silencio, manco y paraplégico, entre rejas de vendas, con un riel de ganchos que juega insensible entrando al bosque oculto.

Muerdo la espera, agudizó el intento, siseo entre conteos virtuales de días que pasan y sigo sin moverme, la energía corre, la ansiedad se confunde en las barandillas muletosas de mi sustento; como en las sombras, donde no llega la luz del bombillo titilante y pesa la pierna, parece ser un miembro de otro cuerpo, una parte rebelde de este templo, se contradice y ordena anarquía. 

Mi cuerpo batalla, mi mente solo envía mensajes de amenaza a la pierna y solo el tiempo pasa, la guerra adentro continua, todo es tan oscuro y tan profundo, los grises y los azules, la tristeza que viene y va, las noches de melancolía, los días enteros entre libros y para el exterior solo es un simple yeso de inmovilización. Una lenta recuperación, para mí un universo hecho cárcel, un espejo que refleja las grietas de mi imagen.