miércoles, 21 de agosto de 2019

Sepulcros y poetas

Hay una cuerda que pende de un hilo, me sostiene del brazo izquierdo y me balancea como un péndulo sobre el abismo. Hay una sombra que se disloca cuando me visita la duda, se trepa por mi espalda, toca los tatuajes, susurra a mi oído que ya no hay tiempo y que los minutos no tienen segundos, luego hace arder los cigarrillos hasta que la caída sea libre.

Hay una angustia que ya no soporta mis anhelos, prefiere apagarse en las noches cuando las estrellas no se encuentran, concluye que estar suspendida conmigo en el aire es la eterna alegoría de la vida, estar y no estar, respirar por respirar, no esperar nada más de la herida. Hay un trozo de sonrisa que aún no se ha formado en mi boca, aguarda al momento en que esté más tensa la cuerda, para que al cortarla pueda hacer más liviana la caída.

¿Hay una historia que pueda definir la herida? Bordearla, darle forma y móvil....
¿Se puede fracturar el alma con el descenso? Que se astille como un cristal y corte a la cercanía de otro cuerpo...

Hay un argumento que persiste en no explicar la locura del fuego, el sepulcro de los poetas, la tumba de las letras y el artificio de los muertos. Nadie puede ilustrar el dolor, depende del sujeto y del objeto, depende de la explicación y el temor, de sus palabras y mis oídos.

Aún me queda un trozo de su piel sin tocar,
una palabra sin pronunciar,
una mirada sin encuentro,
un libro sin recitar,
un recuerdo sin ausencia,
una canción sin dedicar,
una cita incumplida en su ciudad.

Hay una cuerda que pende de un hilo, una sombra que se disloca cuando viene la duda, una angustia que ya no soporta mis anhelos, un trozo de sonrisa que aún no se ha formado en mi boca, una historia que sigue sin definir la herida, una fractura limpia por un descenso y un argumento que persiste en enloquecer el fuego.

Hay una piel, una palabra, un encuentro, un libro, una ausencia, una canción y una cita sin cumplir en su ciudad. Hay una tumba que tiene mi nombre y veo en sueños, un relato poético de la tristeza que me persigue, un frío que me hace temblar los huesos cuando escucho su nombre.

Ahora lo sé, ella es el sepulcro y yo soy el poeta.

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